Síguenos en las redes sociales  

Ya lo entiendo

 

Siendo niño pertenecí al Movimiento Scout. Ahí nos enseñaban, entre otras cosas, la importancia de la «Buena Acción» que consistía en realizar todos los días actos generosos y nobles, como recoger algún papel tirado en la calle, cuidar la naturaleza, tratar bien a los animales, ayudar en las tareas de casa o a alguna persona anciana e impedida a cruzar la calle y así, hasta donde te de la imaginación. Me gustaba mucho cumplir esas tareas.

Un día caminaba por una calle de la ciudad, cuando vi a un perro tirado en plena vía sin poder moverse.

Estaba herido, lo había atropellado un auto y tenía rotas las dos patas traseras, los vehículos le pasaban muy de cerca y mi temor era que lo mataran porque era imposible que él solo pudiera levantarse.

Vi allí una gran oportunidad para hacer la «Buena Acción» y como buen Scout detuve el tráfico, me dispuse a rescatar al perro herido y lo llevé a un lado para entablillarle las patas. Yo nunca había entablillado a nadie pero el «Manual Scout» decía cómo hacerlo.

Con mucho amor y entrega me acerqué al animal para tratar de curarle sus heridas, pero él me mordió la mano.

Inmediatamente me llevaron a una clínica cercana y me inyectaron la vacuna contra la rabia, aunque la «rabia» por la reacción del perro no se me quitó con la vacuna.

Durante mucho tiempo no entendí por qué el perro me había mordido. Yo sólo quería salvarlo y no hacerle daño, no sé que pasó y no me lo podía explicar.

Yo quería ser su amigo, es más, pensaba curarlo, bañarlo, llevarlo a mi casa y cuidarlo mucho.

Esta fue la primera decepción que sufrí por intentar hacer el bien.

Que alguien haga daño al que lo maltrata es entendible, pero que trate mal a quien lo quiere ayudar no es aceptable.

Pasaron muchos años hasta que entendí que no fue el perro quien me mordió, sino su herida; ahora lo entiendo perfectamente.

Cuando alguien está mal, vive sin paz, está herido en su alma, si tratamos de darle amor o alguna muestra de interés y cariño, normalmente muerde.

Pero no es él quien nos muerde, son sus heridas.

Aprende a interpretar el dolor y malestar de las personas que te rodean.

Cuando alguien te grita, te ofende, te critica o te hace daño, la mayoría de las veces no lo hace porque no te quiere sino porque está herido, se siente mal o algo malo está pasando por su vida.

 

«No te defiendas, ni lo critiques, compréndelo, acéptalo y ayúdalo, aunque para ello debas arriesgarte a que te muerda»